Inés Infante tiene un collar del elenco de coños freudianos que ha visitado:
La primera no hablaba, Inés ensuciaba el diván con la pócima negra que chorreaban sus focos escocidos, cuando pasaba la hora, Inés Infante y la congestión de su cara tenían que ir escondiéndose detrás de unas gafas de sol hasta llegar al coche.
La segunda sólo conservaba un tercio de su dentadura, mientras Inés esbozaba tímidamente su historia el gran psico-coño medio calvo y mellado estiraba la mano debajo de la mesa hasta el cajón, donde guardaba frutos secos que comía a escondidas bajo la estupefacción del profundo absurdo, finalmente tendió a Inés una tableta de ansiolíticos.
El tercer coño en discordia quiso que Inés descendiera a su mundo y equilibrase su carácter, Inés se imagino encima de una oveja con un delantal a lunares y un portátil, de fondo el berrido de un churumbel… y corrió. Inés Infante corre muy deprisa.
Llego la cuarta, extrajera pelirroja y fría, sus ojos de nieve no escrutaban la historia de Inés, la primera vez que leyó a Inés Infante se creo un cordón umbilical que forjó la progresión y el abandono progresivo de todos los vicios autoagresivos de Inés, quedó la imagen del cuchillo clavado en el meridiano de Greenwitch que atraviesa hasta el último elemento de esta enorme bola de tierra y agua.
La primera no hablaba, Inés ensuciaba el diván con la pócima negra que chorreaban sus focos escocidos, cuando pasaba la hora, Inés Infante y la congestión de su cara tenían que ir escondiéndose detrás de unas gafas de sol hasta llegar al coche.
La segunda sólo conservaba un tercio de su dentadura, mientras Inés esbozaba tímidamente su historia el gran psico-coño medio calvo y mellado estiraba la mano debajo de la mesa hasta el cajón, donde guardaba frutos secos que comía a escondidas bajo la estupefacción del profundo absurdo, finalmente tendió a Inés una tableta de ansiolíticos.
El tercer coño en discordia quiso que Inés descendiera a su mundo y equilibrase su carácter, Inés se imagino encima de una oveja con un delantal a lunares y un portátil, de fondo el berrido de un churumbel… y corrió. Inés Infante corre muy deprisa.
Llego la cuarta, extrajera pelirroja y fría, sus ojos de nieve no escrutaban la historia de Inés, la primera vez que leyó a Inés Infante se creo un cordón umbilical que forjó la progresión y el abandono progresivo de todos los vicios autoagresivos de Inés, quedó la imagen del cuchillo clavado en el meridiano de Greenwitch que atraviesa hasta el último elemento de esta enorme bola de tierra y agua.
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