1.28.2009

Ines Infante 81

Un presentimiento se apodera del cuerpo de Inés, no puedo conciliar el sueño, el cordón umbilical de la vida le aprieta, vueltas de calor y nervio infante, halo de vértigo en su barriga desnuda, vaticinio de hija, ojos de tormenta.
Llega Inés Infante al círculo de la sala de oncología, ¿llega tarde? llega el rostro silencio que la acompaña al despacho del rostro tristeza, ¿llega pronto?, llega intuyendo el vacío, un camino que Inés avanza lento, paulatino en su torpeza y tropezando con las palabras de pelo rojo que dulcemente le estiran el cordón, y la acunan y acarician su tristeza.
Llega Inés al camino incierto de la muerte, al paso largo de un suspiro y contiene la respiración evitándose Infante, creciendo de pulmones, abriendo su tórax al universo de la decrepitud y comiendo de los labios de la vida que se mueven carnales entre el abismo del despacho y sus caderas. Huracán de realidad, burbujas alicatando sus ángulos al blanco loza, a la búsqueda infinita y al canon universal de la respiración profunda, sístole del folio, diástole sobre el asfalto del parking mientras camina Inés hasta su coche.

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