1.28.2009

Ines Infante 81

Un presentimiento se apodera del cuerpo de Inés, no puedo conciliar el sueño, el cordón umbilical de la vida le aprieta, vueltas de calor y nervio infante, halo de vértigo en su barriga desnuda, vaticinio de hija, ojos de tormenta.
Llega Inés Infante al círculo de la sala de oncología, ¿llega tarde? llega el rostro silencio que la acompaña al despacho del rostro tristeza, ¿llega pronto?, llega intuyendo el vacío, un camino que Inés avanza lento, paulatino en su torpeza y tropezando con las palabras de pelo rojo que dulcemente le estiran el cordón, y la acunan y acarician su tristeza.
Llega Inés al camino incierto de la muerte, al paso largo de un suspiro y contiene la respiración evitándose Infante, creciendo de pulmones, abriendo su tórax al universo de la decrepitud y comiendo de los labios de la vida que se mueven carnales entre el abismo del despacho y sus caderas. Huracán de realidad, burbujas alicatando sus ángulos al blanco loza, a la búsqueda infinita y al canon universal de la respiración profunda, sístole del folio, diástole sobre el asfalto del parking mientras camina Inés hasta su coche.

1.03.2009

Inés Infante 80

Inés decide no tomarse las uvas, romper la cadena de su tobillo derecho, diseñar un nuevo pentagrama en el que quepa su alma y pueda bailar sin que nadie le pegue un codazo, y pueda susurrar en el oído del mundo palabras nuevas y llenas de fuerza.

Decide Inés no tragar más y se relame, piensa que cumplir 30 significa eso: que ya no se tiene que comer las uvas, ni tiene que bailar sevillanas en la función de la vida, que puede llamar a su propio timbre sin salir corriendo, vestir de cualquier manera su cuerpo y acariciar su alma cada noche menos Infante.

Inés mira diferente al 2009, mientras teje una bufanda de coraje y se relame y piensa en este año con optimismo, se le dibuja una sonrisa en la mirada intensa y de transfondo cubista